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miércoles, septiembre 6


EL BEBÉ Y LA PROSTITUTA


La mujer que sostenía en sus brazos el bebé jamás pensó verse envuelta en tal situación. ¿Un niño en un prostíbulo? ¿De una familia acomodada? La mujer no lo podía entender. Inicialmente le había dicho que no a la mujer que lo traía en sus brazos, pero cuando miro a los ojos de la madre y vio el dolor y la desesperación contenidos en ellos no pudo negarse. El niño era realmente hermoso, sus ojos pardos de forma almendrada tenían un algo familiar que la cautivó de inmediato, tez blanca y un pelo castaño que apenas venía saliendo de su gran cabeza, y una sonrisa dulce, finalmente no pudo negarse, más que por la madre, por el niño. Tendría unos 3 meses, pero parecía de 6, no por lo regordete que se encontraba, sino por lo largo que era.

¿Cómo son las cosas? Decía la Peta, que era el apodo de la prostituta, se llamaba Petronila, tendría unos 28 años, se veía dura y amarga, pero sus ojos revelaban el anhelo de un cariño verdadero.

La mujer que le entregó el niño era esposa de un judío burgués que se había alejado de su fe y de sus tradiciones en los años de su adolescencia. “¿De que sirve tener un Dios, si este no cuida de su pueblo? Yo seré mi propio Dios, y a mí me serviré. Esa será mi ley” Fue lo que se dijo en ese instante.

El padre se había convertido con los años en un próspero proveedor de artículos médicos, como tenía los contactos, esto le permitía sacar una muy buena utilidad en la reventa. Sus clientes, que sabían que era de raza judía, aunque aquello para él no tenía mayor relevancia, se lo hacían notar cada vez que hacía un buen negocio. José que así se llamaba el hombre se había alejado de su fe como resultado de la estrictez con que vivía la fe su propio padre, hombre que anheló ser rabino, pero que finalmente por la manera en que enfrentó la vida y la falta de apoyo de su propia familia de origen no logró su sueño, sin embargo era un asiduo participante de la
En una ocasión en que se encontraba leyendo a los profetas, leyendo Isaías donde habla acerca del Siervo de Jehová como aquel varón de dolores, experimentado en quebranto y que había derramado su vida…, le preguntó a su padre de quién hablaba el profeta, como respuesta obtuvo una gran cachetada. No sólo recibía esas muestras de disciplina cuando daba una respuesta equivocada, sino que también cuando hacía una pregunta equivocada, y esa había sido una de ellas. “¿Para qué tener un Dios que no da respuestas? ¿Para qué tener un Dios que no permite preguntas?” Pensó muy dentro de él.

José no sólo se había vuelto un próspero hombre de negocios, sino que también un asiduo visitante al prostíbulo donde trabajaba Peta. Cada vez que “asistía a su congregación” como el lo decía muy cínicamente buscaba a Peta, con ella había tenido su primera experiencia sexual, y aunque el no lo admitiera, ella había sido la única mujer con la que había estado. Había una suerte de fidelidad a su prostituta. “Ser fiel a una puta, debo estar muy mal de la cabeza para que esto me pase” Razonaba dentro de si, mientras repartía maldiciones contra su padre por esa tontera de la fidelidad que le había metido en la cabeza. “Fiel a una sola mujer, le decía su padre”. Con los años se enteró, que solo era una frase aprendida, pues su propio padre se había involucrado con decena de mujeres de las diferentes congregaciones que había pertenecido. Cuando se enteró, siendo adolescente la admiración que tenía hacia su padre se transformó en un profundo odio, o mejor dicho, el saber solo hizo sacar a luz el profundo dolor frente a la rigidez, a las excesivas reglas faltantes de relaciones significativas. ¿Para qué tener un Dios, al que nadie hace caso y a él eso no le importa?

Peta se había enamorado de José, la relación ya no era de un simple cliente, parecía un par de amantes que se refugiaban la pieza para buscar mutuo consuelo por el dolor de la vida. Ambos se sentían viviendo un pedazo de cielo cuando se encontraban. Una o dos veces a la semana aparecía José. Ella en los últimos meses ya no atendía clientes, y como la dueña del burdel le tenía un cariño especial, lo aceptó. Le dio la tarea de llevar las finanzas del negocio, así como la administración. Para sorpresa de la Doña (como le decían a la dueña) el burdel comenzó a irle mejor desde que ella asumió. “Aunque parezca extraño, desde que tu comenzaste a llevar el negocio Dios nos ha bendecido” Le decía la Doña. ¿Para que tener un Dios que bendice al que hace todo lo contrario de lo que él dice?

José había estado extraño. Ya no era el mismo. Cada vez que llegaba, venía mal humorado o triste. Mi negocio no anda bien, decía él. Sus visitas habían comenzado a disminuir, ya no era dos veces a la semana, ni una, sino una al mes y luego 1 cada dos meses. Peta no entendía nada. Tiene a otra le decía la Doña.

La Peta recordaba la primera noche que estuvieron juntos. Ella se recostó en la cama, como con todo otro cliente. Y él le dice, así no. “Quiero que lo hagamos como si fueras mi esposa, debajo de las sabanas y disfrutando el estar juntos. Quiero que seas mi mujer” “Otro loco” pensó ella, “pero como él está pagando se hará como él diga”. El problema surgió cuando siguió tratándola amorosamente después de la relación. Ella esperaba que la tratara como los demás clientes, que una vez satisfechos de olvidan de ella, pero no fue así. En el momento de la intimidad fue tierno, y cuando terminaron siguió siendo tierno. “ya se le pasará” pensó ella. Pero cuando volvió a aparecer ocurrió lo mismo. Una y otra vez.

Al no aparecer por 2 meses ella estaba al borde de la locura, se encontró que estaba embarazada. “Si no aparece el próximo mes me haré remedio” Dicho y hecho. No apareció y el remedio se realizó. Cuando estaba en la sala en que se realizo el improvisado aborto. Algo de ella murió. El amor se transformó en amargura. Nunca más volvió a saber nada de él y tampoco sabía que el niño que tenía en sus brazos el hijo del hombre que había amado.