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lunes, enero 15

LA PRINCESA Y EL CABALLERO

Cierto día caminado por el bosque iba huyendo la princesa, era distinta a todas las demás, su mirada era penetrante y la gente quedaba bajo un encantamiento, del cual ella no era conciente.

El arte del encantamiento lo había desarrollado desde la niñez. Su mirar era dulce, y a la vez penetrante. Pero ella no lo sabía. El Rey del sector la había dejado al cuidado del un Caballero, que tenía más pinta de Quijote que de caballero, en ella no cabían las locuras de ese Quijote postmoderno.

Cuando supo la última locura, que ya no había sido aprobada por el Rey, quedó descorazonada. La locura más locura, había sido una ofensa contra su Rey. Se había ido a defender el territorio de otro principe y apoderado del castillo y de todos sus bienes. No sólo eso, sino que además lo hizo durante aquella densa oscuridad, que sólo aparece cuando se lucha sin bajo la tutela del Rey.

Cuando este loco caballero, logro entrar en razón, sólo podía ver oscuridad tras de él, y no podía recordar, ni a sus pequeños, ni a su verdadero castillo, ni a la mujer de su juventud. Sólo oscuridad tras de él.

Las voces que escuchaba desde el castillo le parecían dragones atacándole, y lo único que hacía era buscar las flechas más grandes para tirarla en contra de los murmullos.

Desde la oscuridad que él veía (oscuridad que no era tal, en realidad estaba ciego) escucho un murmullo diferente; murmullo que lo cautivó, y a pesar de la densa oscuridad que el veía, comenzó a caminar, está demás decir lo atormentado y frágil que se sentía al estar en un medio en el cual no estaba acostubrado. Caminó y caminó tras la voz y de repente comenzo a ver u pequeña luz, como la que se ve tras la ranura de una pieza oscura. Algo pasó, algo mágico diría alguien, esa pequeña luz se transformó en esperanza.

Pudo recordar de dónde era, y de dónde había salido, a sus pequeños, a la mujer de su juventud que había olvidado.

Volvió a sus tierras, pero su bella armadura se había convertido en arapos. Con la cabeza gacha camino hacía la voz, que resultó ser la de su Rey. Este mirándole fijamente, le dice de manera clara y sin titubeo. “Cambia tu ropa y colócate tu armadura” El todavía avergonzado va hacia dónde están las armaduras y creyendo ser humilde toma las de su escudero. El Rey lo mira de nuevo y le dice con voz firme “Eso no es lo que yo mandé”


La princesa que no había presenciado esta escena, sólo ve al harapiento que regresa, y al cual apenas pudo reconocer.

No lo podía creer, comenzó a caminar impresionada por la escena. De repente escucha un murmullo que según ella son dragones.